jueves, 29 de septiembre de 2016

Las cortinas de mi madre

Un día me llama mi madre para decirme que se acababa de comprar unas cortinas. Yo, como buen hijo que soy, me ofrecí desinteresadamente a ir a su casa a colocarlas. 

“Por una madre lo que sea.”  
Me pasé toda la mañana del sábado instalando las dichosas cortinas!!, cinco en total, un currazo tremendo hasta agujetas que cogí. Cuál fue mi sorpresa que al terminar, mi madre me quería dar dinero por el trabajo realizado. Ni más ni menos que me quería pagar, como si fuera un instalador cualquiera, a tanto la hora.

Como os podéis imaginar le dije que NO, que yo lo hacía para ayudarla y que no pensaba cobrarle, que era su hijo, que no se le ocurriese, etc. En fin, que a veces uno tiene que recordarle a su madre lo qué es el amor filial.

Aunque una cosa es cierta, os tengo que reconocer que por un momento pensé que no me vendrían nada mal los 100 euretes que me quería dar, pero resistí la tentación con la templanza que me caracteriza. Era más importante el amor a una madre que el dinero. 
 ¿Pero qué ocurrió después? Pues ocurrió que volví a casa henchido de orgullo y de amor materno-filial y le cuento a mi mujer cómo había ido todo, lo cansado y dolorido que estaba. Le comento también que mi madre me había querido pagar y me había ofrecido dinero.

¿Y qué me dice ella? Que estoy tonto, que tenía que haber cogido el dinero, que si nos venía muy bien, que así no teníamos que sacar dinero del cajero, etc. Ante tal avalancha de argumentos, cada uno más inteligente que el anterior, no tuve más remedio que aceptar la verdad: mi mujer tenía razón. El amor de madre está muy bien pero el dinero es el dinero, y no conviene mezclar las cosas.

Así que inmediatamente llamé a mi madre y le dije que sí que aceptaba el dinero. Así de fácil. No os creáis que me creó ningún problema de conciencia, para nada, tomé la decisión muy tranquilamente y no me arrepiento.


La lección que debéis tomar de este suceso es que aunque a veces os sintáis flaquear en vuestra tacañez, debéis ser firmes y no perder nunca vuestros objetivos ahorradores. Para ello nada mejor que una pareja, marido o mujer, que comparta vuestros principios morales y os ayude en el caminar de la vida. Os deseo que tengáis la misma suerte que yo he tenido y encontréis esa persona.

1 comentario:

  1. ¡Qué bueno! ¿Pero no se dio cuenta de lo mal que hizo quedar a su mujer?

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